Ella me besa en la cola del Pull&Bear mientras la
dependiente espera impaciente a que terminemos para cobrarnos. Ha cogido una
chaqueta vaquera y ha robado unas gafas de sol que ha guardado en el bolso. Me
ha guiñado el ojo al pasar por el detector.
Ella es todo sangre fría y su cuerpo es su cárcel. Su alma
mira con desprecio a los demás, no forma parte de todo esto. De hecho, no forma
parte de nada. Nosotros estamos encerrados en una jaula, somos leones que se
matan entre ellos, pero ella mira desde el otro lado de los barrotes como nos
destrozamos, con las gafas de sol que acaba de robar.
Suelo preguntarme en qué demonios está pensando.
Ella y yo compartimos un cigarro cuando las luces se apagan.
Estamos a las afueras de esta ciudad que odiamos, sentados en mi coche. Ella
siempre elige la música. Da una calada al cigarro y después me besa. A ambos
nos deja restos de su pintalabios y su aliento alimenta a mil planetas. Lanzo
mis ojos contra los suyos y la oscuridad los absorbe.
No puede estar quieta porque siempre aburre. Hoy está aquí,
conmigo, llevándome de la mano por carreteras perdidas, pero cuando se acaben
las noches de borrachera, las drogas, la música y entren los problemas por la
ventana, se irá detrás de cualquier nube, carretera arriba, sin rumbo.
Y creo que me quiere solo porque tiene que querer a alguien,
durante un tiempo me está tocando a mí. Debería disfrutarlo, pero odio las
cosas que se terminan.
Yo siempre me pregunto en qué demonios está pensando. Cuál
será su siguiente movimiento. Sé que ella nunca se pregunta en que estoy
pensando yo.
Cuando desaparezca, comenzaré a contar los años que vengan después.
Año I después de ella.