Estoy volviendo a los garabatos más primitivos. Una condena a
la que tarde o temprano hay que entregarse, con los ojos cerrados y los puños
abiertos.
Y mi mayor temor en este momento es que el viaje sea
demasiado corto. Rezo para estrellarme en un rincón de la mente todavía por
explorar, y no pueda escapar de allí nunca más.
Y ojalá, allí dentro, una luz alumbre permanentemente un
largometraje que reproduzca sin descanso mi vida y obra, que se reduzca a un
desfile de idioteces, una ridícula biografía sin final. Ojalá y unos ojos en la
pared me sigan allá donde vaya cargando mi agonía a cuestas. Y nunca me sea
permitido frenar el constante ruido que arrolla mis sentidos hasta destrozarme
por completo.
Una piedra se hunde en el rio, en lo más profundo de su
cauce. Sueña con que la corriente sea capaz de arrastrarla de una forma u otra,
hasta desembocar en el lugar donde nacen las cicatrices. Y ahora lo entiendo,
las cicatrices se convierten en una pesada carga, demasiado pesada para
llevarlas contigo.