Párate a escuchar el modo en que las palabras salen de
nuestra garganta para contaminarse en el estridente decorado que rodea nuestro
día a día. Esquiva el gato atropellado en la carretera que mira hacia el arcén,
quizás tenia esperanza de salvarse. Ese cúmulo de carne abotargada e inservible
que movemos de acá para allá, silbando y debatiendo con otros trozos de caries
andantes.
Nuestros recintos de tripas a medio pudrir suspiran frente a
la ventana, siempre la televisión en marcha, siempre la luz encendida. Siempre
aspirando a crecer y amar. Y eso no es complicado, amar es lo más sencillo del
mundo. Lo complicado es que dure lo suficiente para que nos acordemos unos
cuantos inviernos después.
Y es que en el país de los topos, el rey es el topo. Quiero
decir que los que no pretenden ser mas, ni menos, los que no pretenden nada,
son unos privilegiados.
Pero las cabezas están todo el día en marcha, y eso es un
gran problema. Adoradores de nosotros mismos, no podemos pretender dejar de ser
todo lo perfecto del mundo, a toda costa. Agitamos nuestras moléculas de forma
trivial y a tiempo parcial para formar un YO mejor. Seguramente estallarían si
vieran lo que hacemos con ellas. Tenemos encerrada en nosotros nuestra querida
tortura, con todo el orgullo del mundo.
Desearía escribir otras cosas, pero es que no puedo. Ya no
somos reales. Al menos, en nuestra ficción, seremos eternos. ¿No es genial?