La noche se ha colado por las ventanas inundando de malestar
las paredes de mi casa. La noche nunca viene sola. Ha traído consigo los
reflejos de su silueta bailando, arrasando con mi casa vacía, como un tornado
en un desierto. Y sin embargo, hace un instante, desde mi balcón podía ver el
horizonte besando a la ciudad, pero apenas duró un momento. Después, nada.
Suele ser a esta hora cuando encuentro las palabras que
reconozco como mías, quizás sea porque el mundo se calla para mí. Esos
instantes de lucidez en los que aprendo a pescar en el mar en el que estoy
atrapado, y el hambre que tiene mi conciencia se calma como mejor sabe, devorándose
a sí misma.
La noche me ha tatuado en la cabeza la mentira nº 1.000.000:
“Te dijeron que eres especial. ¿Te acuerdas? No fuiste al único que se lo
dijeron. Resulta que todos somos especiales. ¿Qué tiene eso de especial?”