Hoy recuerdo ese mueble del pasillo con el que siempre me
chocaba. El tren pasar tan puntual que llegas a odiarlo. El sonido metálico de
la lluvia al caer sobre las cuerdas del tendedero. La cama que pasó más tiempo hecha que deshecha. El póster de Cobain, mirando a través de sus gafas blancas.
La sucesión de vecinos que oí y jamás conocí.
Hoy me duele el frío de aquella casa que ya no habito. Desde
que vivo en el exilio voluntario e involuntario a la vez, me sigue una sombra
alargada y cada vez más negra. Como un perro que busca a su dueño y araña las
puertas cuando lo pierde de vista. La sombra habla de ilusiones que ya no
volverán a recorrer mi estómago llenándome ansiedad e ilusión, a partes
iguales. La sombra me deja empezar nuevas historias, mirándome desde lo alto,
con una mueca porque sabe que no habrá final feliz, ni principio feliz siquiera.
Que si la ilusión ha muerto, ya puedo esforzarme, que la carcajada siempre será
suya.
Porque este es un texto para llevarme la contraria por lo
ingenuo que puedo llegar a ser, siempre superándome. Porque una vez escribí que
la vida siempre puede empezar de nuevo, pero lo cierto es que veo que no
sientes la misma energía ni las mismas ganas por nada, porque nada vuelve a
removerte las tripas hasta darles la vuelta, y a ti con ellas. Que ya hemos
vendido la inocencia, y lo que empiece a partir de ahora estará guionizado y
ensamblado sin ninguna gracia.
Porque una vez escribí que el mundo está hecho de tal forma
que podemos acabar con cualquier persona. Y no podía estar más equivocado. Joder,
que prácticamente nadie encaja con nadie y todas las historias que nos quedan por contar son rupturas y venganzas en medio de un carnaval de pseudo amor que
acaba en cinco puñaladas y puntos de sutura.
Y si lo más seguro es que no sintamos con tanta intensidad
como antes, y si las personas no encajan con las demás personas… dime tú, si
has visto la solución, cual es el futuro que nos espera.
Quizás, después de haber luchado contra aquellos monstruos,
me haya convertido yo en otro. Quizás la maldad del negro haya mirado dentro mí,
y haya dejado su rastro. Y lo veo claro, ya no soy un santo, al menos no como solía
serlo.
Hoy recuerdo el sonido metálico de las gotas de lluvia que
nunca chocaron contra el tendedero de mi viejo piso. Es todo lo que quiero
recodar, al menos.