Yo solo quiero ver arder el mundo. Regar las ciudades de pólvora. Autopistas y puentes. Edificios de pisos y complejos hoteleros. Panaderías y estancos. Ministerios de incultura y centro comerciales. Soltar la chispa inadecuada y verlo todo desaparecer.
Y mientras tú gritas de puro estupor, mientras tu boca se abre y la saliva se resbala a través de las comisuras, yo habré cruzado media Europa de un salto hasta llegar a África. Mientras este mundo arde, yo miraré al cielo durante apenas unos minutos, pero en ese tiempo habré devorado siglos de historia, habré recogido lo poco que haya sobrevivido para exponerlo en el museo de la decadencia. Y el resto se pudrirá. ¿Acaso importan los molinos que no visitó Don Quijote? Claro que no.
Yo solo quiero coger todo lo que omiten las películas y colocarlo bien alto en el cielo, en negrita. Porque vivimos en una época que exige violencia y falta de respeto, pero solo tenemos abortos en perfecto estado de descomposición, listos para su exposición. El mundo está claramente deshumanizado, de modo que la única solución que ven mis ojos es volver a empezar: vivir como un animal, un pirata, un bárbaro, un monstruo, una bestia.
Si mañana se declara la guerra y me llaman para ir a filas, me colocaré en la vanguardia con el fusil bien sujeto y lo hundiré en el pecho de cualquiera que se ponga en mi camino. Empaparé sus camisas de sangre y vergüenza. Y si la orden de mi capitán es matar mujeres y niños, morirán mujeres y niños.
He llegado hasta el extremo del alma y no he visto nada. No hay nada más que hacer. Solo puedes revertir el camino recorrido y volverte poco a poco un salvaje, despojarte de la carne hasta que solo quede el esqueleto. Y, entonces, abalanzarte sobre todo lo que quieras y devorarlo. Vivir de cualquier manera y a toda costa, pase lo que pase.
Mi espíritu está muerto pero mi carne está viva y respira. Mi moral me esclaviza. Mi cama es lo más parecido a una plancha de acero. Soy un gigante y acabo de hacer emerger el Altas con mis propias manos. Soy el César y sostengo el cielo sobre mis hombros, ¡Habemus César! Todos los días que hay entre el día que nací y el día que me toqué morir, son solo míos. Ahora soy un lobo que acaba de despertar del largo invierno, flaco y hambriento. Cazaré para engordar.
Autor
- Samuel R
Y mientras mis frágiles huesos se marchitan en este desierto, como piedras que olvidaron su amor y su odio, su verdad y su mentira... es entonces cuando noto una brisa inocente, que trae olores de belleza y libertad.
Es en ocasiones como esa cuando, a pesar del común pesimismo que me acompaña y me hace naufragar, sospecho que el mundo es un sitio hermoso, pero los hombres lo estropean. Siempre lo estropean todo.
(- - -)
-
Ábreme conversación esta noche y te hablaré de mis deseos. De como quiero que las mariposas desenvuelvan huracanes, que el fuego se expanda...
-
La tormenta acabó por destrozarme, por enmudecerme. Mis palabras cayeron desplomadas en el combate. Perdí. Bajé el telón. ¿Y ahora? Ahora ...
-
Bajamos las escaleras y salimos a la calle. La luna seguía donde la dejamos, escribiendo el guión de la noche. Hacia algunos días que habí...
LOS DÍAS QUE MENOS ME GUSTAN
Estos son los días que menos me gustan. Cuando los besos
guardan los engaños de miles de vidas pasadas que perpetramos en la nuestra.
Cuando los móviles hablan más que nosotros, y la gente sigue muriendo igual que
siempre. Se elevan y desaparecen, exactamente igual que el humo de un cigarro. Y
nuestros besos continúan las mentiras de nuestros antepasados y los móviles cuentan
lo que no nos atrevemos. Y solo se elevan los muertos. Y tú sabes volar, y yo
pensaba que también sabría, pero no. Así que tengo que mirarte desde aquí.
Tengo que quedarme con los pies en el suelo, viendo como
algunos hombres nos aleccionan sobre la vida, pero lo hacen mal. Desafinan, sus
bolígrafos patinan, no tienen pulmones, no entienden de música. Ellos se
arreglan y crean la escena apropiada. Suben a los escenarios de turno y dicen lo
que gente quiere oír: Que todo acabará saliendo bien. Pero no están diciendo
nada, solo cantan. Pero no tienen la voluntad de cantar, no lo arrancan a
cuchilladas de sus huesos. No están sufriendo ni expiando sus pecados. Su canto
es demasiado forzado, demasiado irreal. O no lo suficiente. No lo sé.
Estoy convencido que cuando el cielo caiga sobre sus
cabezas, la música triunfara por fin y se oirán los cantos que deben ser
escuchados. Los poseídos, los que arden por dentro, los locos que tienen buen oído
para oír lo que la vida está diciendo. Pero tú no lo oirás. Tu estarás flotando
lejos de mí, lejos del suelo. ¿Verdad que desde allí arriba todos parecemos
hormigas? No creo que en realidad seamos algo mayor. Al menos así lo veo en
días como estos, en los que me retuerzo entre las sabanas o deambulo a oscuras
por el salón mientras oigo el zumbido del televisor del vecino.
Las estaciones se alejan poco a poco. Las nubes se divorcian
del cielo. Las alas rotas de todas las almas de esta ciudad se agitan a la vez.
Oigo las mías, pero ya no oigo las tuyas, creo que ya estás demasiado lejos.
Estos son los días que menos me gustan. En los que yo me
quedo en tierra y tú vuelas. Yo me quedo aquí, acompañado por el zumbido del
televisor de mi vecino.
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