No me queda ni un “sí” que dedicarme a mí mismo. Concesiones
de un hombre condenado a muerte al que se le han pasado todas las ganas de
conocerse. No vi nada bueno que aprovechar entre los restos que van dejando
conocidos que pasaron a ser extraños como por arte de magia.
La realidad se abandonó ante la terrible frecuencia que emiten
tus aullidos desde habitaciones ahora tan lejanas que casi no puedo recordar. Y
yo me abandoné con ellos.
Los días no son tan salvajes como antes. No. Los días ya no
dan para recuerdos. Y no tengo planes para mí. No sabría decirte que quiero
hacer. De hecho, no hago nada. Solo cojo piedras para ponerlas en mi camino y
fingir que caigo y me vuelvo a levantar. Lo que sea con tal de no mirar lo que
tengo realmente delante. Lo que haga falta. En eso, al menos, si soy experto.
Y es que me estoy haciendo viejo sin haber sido realmente
joven. No tuve el valor de odiar a quien así me lo pidió, y ahora odio por
encima de mis posibilidades. Es como madurar, pero al revés y del revés.
Creo que necesito hablar con el futuro. O, si fuera sincero
conmigo mismo, debería hablar con el presente.
Debería hablar con mi presente. Abrirle las venas y saborear
sus sueños rotos.