jueves, 12 de febrero de 2015 | By: Samuel R

Cuando la vida alcanza al ciego

Recibo una postal de otro universo, y sin poder de decisión me cala una tormenta. Hasta los huesos. Uno no puede elegir este tipo de cosas. Simplemente se forma un nudo en las sábanas y el fin de la noche retuerce tus arterias.

Desde Troya se oyen murmuros y escándalos que nunca terminan, de princesas raptadas y caballos que engañan a los que se creyeron reyes de su tierra. En verdad, no se sabe a ciencia cierta hasta qué punto puede llegar el dolor de la franqueza, el tablero donde se juega con lo que se muestra y lo que se oculta. Juega tus cartas bien o vuelve al principio de nuevo. O quizás no vuelvas a jugar y estés eliminado.

Y si la ignorancia da la felicidad, nadie tiene derecho a arrebatártela. Yo siempre tuve prisa por ocultarme, pero así son los secretos, una vez aireados solo queda tierra y cielo, y nosotros, y lo que no se había dicho. Ahora ya podemos quedarnos en silencio por fin, y no tendremos miedo a callar. Final feliz.

Siempre había pensado que las peores cosas de la vida no me habían sucedido. El alfil avanza una casilla en diagonal y me guiña el ojo, me dice que nunca este seguro de nada. Que nunca conoceré a nadie del todo. Ahora que he alcanzado un nuevo fin en lo que puede sucederme, estoy completamente solo. Se derrumban las perseidas y se proclama el fin del mundo tal como lo conocía. Mi propia cabeza ya no responde a nada, me dice que no merece la pena recoger los escombros y enterrarlos. Que no haga las maletas siquiera. Que simplemente me vaya de allí dejando todo sin recoger. Que agarre al que yo era antes y me lo lleve conmigo lejos de allí, aunque ya no nos reconozcamos mutuamente.

Estoy sentado en la mesa de la cocina. Intento respirar este aire congelado que forma nubes de vacío por toda la habitación. Ni los ratones ni las palomas me escuchan ya. Miro a la mesa, aún me queda un poco de café que se ha quedado frío y paralizado.


Fuera esta nublado. Parece que va a llover. Hoy tampoco es mi día.