En este lugar el desierto ha conquistado el paisaje. Me
retuerzo entre la arena, que araña el sentido de mis acciones, se lleva mi
melancolía a lo más hondo, y me deja sin nada. Nada. Es triste que no haya
nada, ni ruidos, ni voces, ni roces, ni melancolía. Nada. Es triste. Y no es
triste. No es nada.
No puedo volver a casa, no encuentro el camino que una vez
seguí. Debí haber dejado un rastro de hojas arrancadas de poemas que una vez
fui. Tampoco quiero volver a casa. Ya no estoy allí. Ese no soy yo.
Ya he muerto muchas veces en vasos de aguas, pensando que
sabía nadar. Mirando el techo de mi habitación, agujereado y dolorido, pidiendo
a gritos su salvación, esperando morir en la cruz, esperando susurros en la
oscuridad.
Finalmente, disparé al Sol. Y entre la penumbra que dejo el
astro moribundo, me senté, rodeado de sus restos. Y no debería moverme más.
Debo quedarme aquí. Al lado de los trozos de Sol muerto.