lunes, 9 de junio de 2014 | By: Samuel R

El fin del día

En este lugar el desierto ha conquistado el paisaje. Me retuerzo entre la arena, que araña el sentido de mis acciones, se lleva mi melancolía a lo más hondo, y me deja sin nada. Nada. Es triste que no haya nada, ni ruidos, ni voces, ni roces, ni melancolía. Nada. Es triste. Y no es triste. No es nada.

No puedo volver a casa, no encuentro el camino que una vez seguí. Debí haber dejado un rastro de hojas arrancadas de poemas que una vez fui. Tampoco quiero volver a casa. Ya no estoy allí. Ese no soy yo.

Ya he muerto muchas veces en vasos de aguas, pensando que sabía nadar. Mirando el techo de mi habitación, agujereado y dolorido, pidiendo a gritos su salvación, esperando morir en la cruz, esperando susurros en la oscuridad.


Finalmente, disparé al Sol. Y entre la penumbra que dejo el astro moribundo, me senté, rodeado de sus restos. Y no debería moverme más. Debo quedarme aquí. Al lado de los trozos de Sol muerto.