Septiembre puso la bruma y empezó a volar. Se perdió pronto
por el horizonte, tan rápido que no me di cuenta. Se fue huyendo del frío que
penetró en esta cárcel de huesos y más huesos, en esta yerma desesperación de
dioses muertos y razones para no creer en nada.
Ahora Octubre baila en mi lengua como un pájaro encadenado
con miedo a que vengan a por él.
Me vendría bien una ayuda, pero Septiembre está muerto.