El día había transcurrido como transcurren este tipo de días.
Lo había desperdiciado, consumido como se consume un cigarro en una terraza,
como muere la paciencia con el paso de los golpes.
Había regalado mi tiempo a un señor que me pagaba a final de
mes con la peor de las sonrisas, había dormido hasta la saciedad, hasta que las
sabanas se vuelven incomodas y dolorosas. Había abierto el grifo del agua
caliente y había dejado que la maldad se convirtiera en vapor de agua durante
un buen rato. Y el resto de mi tiempo se había ido rápido y sin mirar atrás,
tan solo un portazo y de repente había que volver a empezar, pero un poquito
más viejo, y seguramente un poquito más estúpido.
Quizás, en suma, sean mejores los días como este en que todo
es liviano y nada perturba de gravedad a la persona. Supongo que tiene que
haber más días así que de otro tipo para que todo siga su curso de ensayo,
error y repetición. Un poquito de autocomplacencia, recoger la casa y a la
cama. Mañana será otro día, y habrá que seguir con este show de marionetas
envidiosas y desquiciadas que son capaces de soportar toda la mierda del mundo
por tener días tranquilos como este. Que gran consuelo.