Todas las calles desconocidas, todas las casas tan
acogedoras que te tratan como a un extraño, todos los portales de escaleras
infinitas, todas las habitaciones estrelladas en días sin luna llena ni vacía;
en todas hay pedazos de ganas de todo, que no llegan a nada. Porque no se nos
va la vida por el sumidero si nos dejamos de ver, ni la sangre me llama a un
encuentro contigo antes de que caiga el rey sol. Que ni tu eres mía ni yo soy
tuyo. Y tampoco pasa nada. No quiero eso para nosotros, ni tampoco todo lo
contrario. No quiero nada. Las calles son mi cenicero en días como estos.
Las heridas cicatrizarán antes de que empiecen a doler,
llevamos mucho tiempo jugando a este deporte que empezó a ser de riesgo y
ahora, ¿ahora qué? Ahora está todo domesticado, ahora nadie muere por nadie. Y
es que, para que no nos vean, nos tapamos el rostro, y negamos nuestros nombres
propios delante de un vaso de tubo, debajo de la música, detrás del humo de
unos cuantos cigarrillos. Y para que nos entiendan, tenemos que decir que solo
lo repetiremos una vez, y después de eso, no lo volveremos a decir más.
No sé, quizás darte cuenta de que eres idiota es un proceso
demasiado lento para nuestro propio bien. A veces lleva toda la vida, y
nosotros ni siquiera hemos empezado a contar.
Intuyo que hoy será un día de mierda. Uno de esos que no
pasa nada interesante, ni descubriremos nada que no hayamos desenvuelto ya. No
habrá un café y una conversación que nos saque del mundo onírico. Intuyo que
hoy será un día de mierda. Pero, qué coño, ¿quieres pasar este día de mierda
conmigo?
Por último, hagamos un trato. Queda prohibido decir
palabrotas en tiempo de paz.
0 comentarios:
Publicar un comentario