Como paranoicos emocionales en los que nos hemos convertido,
tu y yo, nuestra generación, creo que el frío nos ha envuelto mucho antes de convertirnos
en cadáveres. Fríos a base de palos que no nos esperábamos. Porque nos hablaron
del karma, y de la confianza, y de las buenas acciones; pero resulta que era
mentira. El destino no nos puede ignorar ni más alto ni más claro.
Cada día cuesta más fingir que aún queda brillo en nuestras
acciones, repitiendo la misma interpretación cuando conocemos a alguien nuevo. Cada
vez cuesta más rebobinar el video para recordar lo que era un verdadero
sentimiento original, la primera escena de la obra, el primer acto. La cinta
esta desgastada, se emborrona, se salta escena y amenaza con romperse de una
vez por todas. La energía se agota, nuestros dedos se cansan.
Se supone que llegará alguien y todo será como tiene que
ser. Pero la ilusión es finita, y yo estoy en la cama y tengo frío, y el
cristal de la ventana tiene vaho, y el suelo esta frío, y el baño esta frío. Y
sé que hay alguna loca por ahí que espera mi llamada, pero estoy haciendo pagar
a justas por pecadoras. No puedo hacer otra cosa. Tengo frío. Y el frío me
habla ahora, me dice que no pasa nada, que deje que sean los demás quienes
sufran el frío fuera de las sabanas. Que no me mueva y que les deje ganar.
Ella no lo sabe, pero cuando se iba, me sentaba y me bebía
su perfume. Y no hacía frío. Y era yo quien ganaba. Ahora el frío vive en mi
cabeza, apenas le hago pagar alquiler, se ha puesto cómodo.
Sepárame de los sentimientos con una coda armónicamente
compleja e ineludible que ponga punto y final a este eterno hasta luego. Y tú,
querida, que me llegaste a conocer de verdad, ríete de las tonterías que puedo
llegar a pensar cuando no tengo en que pensar. Así son los días de frío por
aquí.
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