lunes, 9 de enero de 2017 | By: Samuel R

ENSAYO ERRÁTICO SOBRE LA NIEBLA

El coche que iba detrás mía puso el intermitente izquierdo y me adelanto a toda velocidad, lo cual hizo que me volviera a espabilar. Me estaba quedando dormido y aún quedaban unos pocos kilómetros para llegar a mi cama y dejarme caer, de modo que apagué la calefacción y subí el volumen de la radio un poco más con el objetivo de que el frío y el ruido me mantuvieran despierto lo que restaba de viaje.

Tres grados bajo cero y una espesa niebla eran mis acompañantes en aquella marcha nocturna, mía y de otros tantos conductores que mantenían sus coches a una velocidad continua por delante y detrás. Apenas se podía distinguir el paisaje que nos rodeaba, ni las rayas que había dibujadas en el asfalto.

De vez en cuando nos cruzábamos con algún coche que siempre parecía ser el mismo repetido una y otra vez. Daba la sensación de que no iba a ninguna parte, tan sólo daba vueltas en círculos una y otra vez sin un lugar a donde ir. Seguro que él pensaba lo mismo de nosotros. Nos limitábamos a conducir y esperar cosas. Esperábamos a que la canción se terminara y empezara otra que también se terminaría. Mirábamos bobadas en el móvil. Esperábamos a que se consumiera el cigarro para encendernos otro mientras observábamos fijamente lo que pasaba a nuestro alrededor y esperábamos el momento de actuar. Mirar y esperar.

Las luces de los coches que iban detrás de mí, erráticas y difuminadas por la niebla, me iban siguiendo a través de este viaje hacia el final del invierno. Notaba como sus faros me golpeaban, me retenían, se aferraban a mi espalda e intentaban entrar en mi cabeza. Si las escuchaba detenidamente podía distinguir sus voces llamándome desde el fondo del precipicio, tentándome a que me asomara al abismo y me dejara llevar. Volvía a sentir la llamada del sueño.

Una luz brilló en el firmamento. Miré y vi que arriba, más allá de la niebla, dando saltos entre nube y nube, había una mujer. Se subió encima de la luna y, usándola de trampolín, salto de cabeza hasta caer sobre el horizonte. Se sumergió y desapareció. Al cabo de un rato volví a verla nadando a través de las olas de espeso aire que nos rodeaban.

Deseé poder ser la niebla y envolverla.

Deseé que todas las criaturas de este mundo fueran mías e hicieran lo que yo quisiera.


Deseé despertarme de una vez en mi cama. O en la suya.

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