sábado, 23 de agosto de 2014 | By: Samuel R

Entre botellas llenas y mujeres vacías

Por las ventanas de la cocina entraba un calor pesado, seco, áspero. Un invitado descortés y maleducado que se instalaba por toda la casa, como un huésped más. A mí no me importaba invitarlo a un café, que me contará como le había ido el día, o que le apetecía para cenar. Había espacio de sobra para los dos en mi hogar vacío.

Había hecho las paces con mis entrañas. Por fin. Durante más de cien años seguí el camino de baldosas amarillas sin darme cuenta que no había baldosas, ni guerra ni victoria. Luchaba sin ejército contra un fantasma que siempre me vencía. Al menos he sobrevivido, pero no me preguntéis como lo he conseguido, porque no está nada claro.

Por la radio sonaba una canción antigua, de esas que recuerdas desde siempre, pero no sabes cómo ha llegado a tu memoria. La mujer que cantaba creyó oportuno sacarme de mis paranoias y romper el silencio de mi cocina con aquella oda que hablaba sobre la soledad. Cualquiera habría llorado en ese momento. Pero las lágrimas tenían un sabor distinto. Más dulce que agrias. Bendita dulzura…


Ahora mi deporte favorito es desayunar fuerte y atiborrarme de sueños para soportar la solemne estupidez de los hombres, de las calles y de los autobuses, hasta que llegue la noche. Es entonces cuando me dejo llevar por los delirios del alma y salgo a la calle con la satisfacción de comprobar que mis demonios y yo estamos más únicos que nunca. Entre botellas llenas y mujeres vacías.


1 comentarios:

Irene, dijo...

Tu blog es una puta maravilla.
Un verdadero placer leerte.

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