Vaciar de sentido la manecilla del reloj que ata tu cuerpo a
la realidad. Así he decidido pasar mis días en esta tierra bendecida y
maldecida con la incomunicación. Ganar la carrera a la muerte y la
transfiguración de las entrañas para mirar el otro lado de la línea que separa
la virtuosa fantasía del cielo y las rejas. Y el pasado, que antes me parecía
encarcelado y limitado, ahora esta bañado en un ocre infinito. Casi milagroso. Es
por ello que odio lo que no conocí entonces, por odiar lo que ahora seré
incapaz de conocer.
Aquellos duros golpes que me proporcionaba el aire ennegrecido,
transgénico y ruidoso ya no duelen ni hacen ruido. Pasan de puntillas por la
habitación donde antes hice vida, y que está desnuda ahora. Aquella
intoxicación no era sana, no era salvaje ni libre. Pero al menos era mía.
Y no os voy a mentir. Escapar de tu vida tal como la conoces
es del todo estimulante y te permite ver más lejos, más nítido. Que si joder.
Que el Sol brilla y los pajaritos cantan. Eso está muy bien. Pero nunca he
querido eso para mí. No sabría cómo apreciarlo.
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