Ella me pide que mire a las nubes. Es de noche, casi no se
ve nada. Le pido que me las describa. Ella me dice que van muy rápido, que no
se esperan unas a otras. El cielo está amarillo y azul, tintado de negro,
impreso en papel mojado.
Yo las miro, pero no veo que se muevan. La miró de reojo,
ella tiene la cabeza levantada. Estoy casi seguro que está pensando otra cosa,
que está a mil kilómetros de aquí, en otra ciudad, con otra gente, viviendo
otra vida. Pero entrar en su cabeza es una batalla más dura de lo que habían
planeado mis tropas.
Y estoy casi seguro de que tiene una historia que contar, pero
la guarda a presión en su interior, y aprieta los dientes fuertes para que no
se escape por la boca. Ella está lleva de peros, de sin embargos, de aunques , de
a pesar de. Le cuento la teoría de Sit Suan, cuando, en ajedrez, la
única jugada posible es no mover. Mientras mantengas las piezas del tablero
inmóviles, todo sigue siendo posible. Sabe de qué hablo. Ella se mueve como un alfil por los
rincones de mi paciencia, y nunca está donde quiero que esté.
Mientras hablo, veo como el humo de su cigarro escapa de
ella y se disipa. Igual debería irme yo también con ese humo, dejar el tablero
tranquilo, devolverla al sitio donde me la encontré bailando.
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