Ella me empujó contra la pared y me besó de forma fortuita.
La gente que había en el local se dio la vuelta para mirar que pasaba, no por
el hecho de ver a dos personas besándose, sino porque me di un cabezazo contra
la pared que se oyó muy por encima de la canción que estaba sonando.
Antes de que pudiera abrir la boca, ella me volvió a besar.
Me puse nervioso y la cerveza se me cayó al suelo ensuciando sus zapatos, mis Converse,
y a todos los que había alrededor. Tuvo que venir uno de los camareros de muy
mala gana con un cepillo y un recogedor a limpiar aquel pequeño desastre que
había formado. El señor me miró y yo agaché la cabeza, avergonzado. Ella lo
ignoró.
- Querida, esto no está bien – dije cuando el camarero se
marchó.
- Da igual. No pienses tanto.
- Uno de los dos tenía que decirlo.
Entonces me miró con el mayor desprecio del mundo y vi en
sus ojos una terrible tormenta que aullaba desde los más hondo de su corazón. Me
odió. Y sin decir palabra, se fue. Al rato, cuando recuperé la conciencia de lo
que había pasado, me fui yo también.
Bueno, hay algo que ella no sabe, al llegar a mi casa, se
coló en mis sueños. Es como la cara B de un vinilo, aquellas canciones que no
entraron en las listas de ventas, pero son necesarias porque dan un sentido
global al concepto que querían transmitir los músicos. Como el apéndice de una
novela o las escenas eliminadas por el director de una película. Así fue como
alargué un poquito más mi desastrosa velada con ella.
En el sueño, el mundo estaba completamente inundado por agua
cristalina que dejaba pasar la luz de Sol de forma tan clara que casi no parecía
que viviéramos bajo el mar. Estábamos ella y yo sentados en el Coliseo Romano,
rodeados de hierba verde que se mecía con el vaivén del agua en movimiento.
Coldplay estaba tocando sólo para nosotros en un concierto privado.
- Estamos muy bien aquí – le dije en un alarde de
originalidad por mi parte.
- Sí que estamos bien, sí.
- Pero habrá que nadar hasta la
superficie para coger aire, o nos ahogaremos.
- Estamos bien aquí, quédate conmigo.
No pasa nada.
- Nos ahogaremos. – insistí nervioso.
- No pienses tanto. Si subes,
cuando vuelvas no serás capaz de encontrarme.
Pero no pude aguantarlo y tomé la
decisión de salir a la superficie, respirar, y volver a bajar enseguida. Cogí
impulso y comencé la ascensión sin dejar de mirar hacia atrás para ver si ella
me seguía. Pero no lo hizo. Ni siquiera me estaba mirando.
Finalmente llegué a la superficie
y me di cuenta que no necesitaba coger aire, no me ahogaba. Además, allí arriba
no había nada, solo horizonte y océano infinito mirara donde mirara. Había sido
un estúpido. Tenía que volver a bajar, pero desperté antes de zambullirme.
Y allí se debió quedar ella,
sentada en el Coliseo y rodeada de hierba submarina esperando que coja el suficiente
aire para volver a bajar.
2 comentarios:
Qué guay :)
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