Suelo levantarme antes que el propio sol con la odiosa
sensación de que el resto del mundo sigue durmiendo. Los odio.
Camino a oscuras por mi casa buscando el cuarto de baño,
palpando las paredes en un patético baile en el que siempre tropiezo con los
mismos muebles, que me miran por encima del hombro. Quizás ellos tengan mas derecho de estar allí que yo.
Por la radio, suenan esos odiosos locutores, parece que no les
haya importado madrugar en la vida. Pero claro que les importa, y mucho. Ellos
me odian a mí.
Siempre bajo por las escaleras, para evitar que el reflejo
del ascensor me escupa. Las 7 de la mañana no es hora de mirar a nadie a la
cara, ni siquiera a uno mismo. Es mejor así.
Espero al autobús junto a los demás cadáveres, evito cruzar
mi mirada con nadie. Ellos, al igual que yo, van y vienen del matadero. Allí no
hay soldados, no hay patria, no hay fuerza ni honor. Solo gris. Todo es gris.
Subo al autobús y me siento, evito compartir mi asiento con
nadie. Prefiero ser un cadáver cómodo.
Por el cristal veo otro cartel nuevo que reza “Se vende”. El
país sigue desarmándose y lo peor, que ya nos hemos acostumbrado. El miedo y la
apatía han domesticado a nuestra generación.
Todas estas almas muertas que viajan conmigo odian madrugar
tanto como yo, odian el autobús tanto como yo, y se odian a si mismos, tanto
como yo.
El autobús se detiene y todos nos bajamos. Yo me enciendo un
cigarro y comienzo a caminar. A nadie le importa a donde voy. Mucho menos me
importa a mi a donde van ellos. Pero será una suerte si mañana volvemos a
vernos todos en el mismo autobús.
1 comentarios:
Inmejorable, no hay mejor manera de describir algo tan funesto como madrugar
Publicar un comentario